STATEMENT
A veces es difícil, o hasta imposible, transmitir los tonos y colores de la emoción intrincada, oculta en el mundo de las ideas de cada ser humano. Imposible o difícil desde el uso de la lengua. Pero el gesto, la modulación, el movimiento corporal, etc., son un tamiz de esa arena sensitiva arraigada en nuestro espíritu. El arte, es, por lejos, el vehículo más idóneo para comunicar este mundo no material que nos gobierna.
La cuestión está puesta en cierta forma de “contenido”. La focalización se encuentra, en mi opinión, en qué contar. Lo que va a determinar inexorablemente, una reflexión sobre los heterogéneos pero comunes conflictos humanos que se materializan en una obra de arte.
Uno de los principales tópicos de representación es el que describe Nelly Schnaith: las heridas de la autoestima. El ser humano, a través de la historia, va a hacer arte utilizando como motor sus penas, sus miserias y su dolor. Del amor, de la condición social, del destino trágico; gran parte de la estantería artística universal, tiene como mejores exponentes, obras donde el receptor siente empatía, se emociona, la comunicación es casi perfecta. ¿Por qué? Porque el receptor se siente identificado con ese conflicto, con ese dolor, esa pena y esa miseria de la autoestima.
El conflicto que emana del humano se presenta del incumplimiento de un objetivo, y se asoma a la realidad mediante el fluir de la conducta, dice José Bleger. El objetivo es el meollo del artista, sin objetivo no hay deseo, no hay emoción, no hay creación artística. A su vez, dice Bleger, la conducta es la sumatoria de los conflictos, y es imposible escapar a esa naturaleza instintiva humana.
Es inevitable que todo ser humano tenga una bomba de escape artística, donde ahogará su fuego instintivo, ya sea de tristeza o de alegría. La discusión sobre los límites imprecisos de la definición de arte se escure, desde mi óptica, hasta la tangente donde lo sensible se comunica claramente, y el receptor experimenta el proceso estético. Cada vez que un sujeto se sensibiliza, hay arte, porque puede ser una especie de arte en una forma indeterminada dentro del océano emocional del sujeto, que luego va a devenir y se va a sublimar en alguna forma concreta material.
Apelo, por último, a Marta Zántonyi incorporando un concepto más del proceso artístico: el recorte de la realidad. La subjetivización de lo objetivo. Nuestras representaciones son nuestras y únicas, así como nuestra visión, una obra de arte, por ende, siempre va a tener un fragmento de nuestro espíritu que devendrá en una cosa objetiva para el resto. Estos conceptos me obligan a coronar con una frase de Arthur Schopenhauer: “El mundo es mi representación de él.”
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